La Pluma de Oaxaca
El pacto de Salina Cruz: el exilio elegante de Robles

Dicen que una foto dice más que mil discursos. La de Salomón Jara y Daniel Méndez sonrientes lo confirma: no fue reconciliación, fue operación política. El brindis era por la salida de Benjamín Robles, no por la paz en Oaxaca.
El gobernador decidió que era mejor abrazar a un edil cuestionado que seguir compartiendo la mesa con un aliado incómodo. ¿Casualidad? En política no hay casualidades. Hay mensajes. Y el mensaje es: en este juego se sientan los que obedecen; los demás miran desde afuera.
Robles Montoya, veterano del oportunismo lopezobradorista, llevaba meses pidiendo pista. Ambicioso, exigente, reclamando espacios como si fueran de su propiedad. Jara no lo ignoró: lo resolvió a la antigua. Pactó a sus espaldas. Y de paso le mandó un recado al dueño de la franquicia del PT en Oaxaca: “o te alineas, o te alineamos”.
Méndez, que hace unos meses se presentaba como crítico incorruptible, de pronto descubrió que el calor del poder es más sabroso que la intemperie de la oposición. De enemigo pasó a socio. De problema a pieza útil rumbo a la consulta de revocación. Y claro, aceptó. Porque en política la dignidad cotiza menos que un cargo municipal.
Así, Robles quedó fuera del reparto. No porque haya perdido fuerza, sino porque dejó de ser útil. Oaxaca es laboratorio de alianzas de conveniencia, y este pacto es la prueba más reciente: la gobernabilidad es el pretexto; el poder, la única constante.
Hugo Aguilar: el “nuevo Juárez” en sus primeros 30 días

La presidenta Sheinbaum cumplió un año y se dio un regalo simbólico: colocar a Hugo Aguilar Ortiz como presidente de la Corte. Y lo vendió como lo que es: el heredero juarista. Porque en México, si quieres legitimidad, siempre conviene invocar a Benito Juárez.
El guión es perfecto: abogado de pueblos indígenas, especialista en derecho electoral, forjado en la defensa local. Todo encaja en la narrativa. El problema es que la historia no se sostiene con discursos, sino con sentencias. Y Aguilar apenas lleva 30 días.
Oaxaca, orgullosa, lo presume como si fuera campeonato. “Un oaxaqueño en la cúpula judicial”, dicen. Orgullo legítimo, sí. Pero también hay escepticismo. Porque el Aguilar ministro ya no puede pensar solo en Oaxaca; debe pensar en todo el país. Y ahí está la trampa: el símbolo puede terminar devorado por la realidad.
¿Será Aguilar el ministro que dé voz a los pueblos y redefina la justicia social? ¿O el que administre desde la Corte las prioridades de un proyecto centralista? En política, las comparaciones son crueles: Juárez construyó un legado. Aguilar apenas está aprendiendo a usar la silla.
Eso sí: mientras tanto, el minúsculo Adelfo Regino toma nota. Porque en Oaxaca nadie perdona el protagonismo ajeno. Y Aguilar, lo quiera o no, ya está en el reflector.
Daniela Taurino: congruencia de papel… mojado

Hace menos de un año, Daniela Taurino se colgaba la medalla de la ética: “en nuestro movimiento no hay privilegios”, decía solemne al renunciar a su base laboral. Aplausos, fotos, titulares. Hoy, la misma diputada hace fila en la Junta de Conciliación para reclamar el privilegio que juró haber dejado atrás.
Cuando se aprobó el Dictamen 24-2024, que borró más de 1,300 bases, Taurino fue entusiasta. No solo lo votó, lo festejó. Con comunicado incluido: que se separaba de su plaza, que la legalidad estaba de su lado, que era cuestión de principios. Y ahora, sin sonrojarse, aparece para pedir lo que dijo no necesitar.
La ironía es grotesca: cientos de trabajadores resistieron meses sin salario, marchando bajo el sol, durmiendo en plantones. Taurino jamás estuvo ahí. Mientras ellos sobrevivían, ella legislaba a favor del dictamen que los dejó en la calle. Y ahora, cuando soplan vientos de restitución, busca cobrar doble: su dieta de diputada y su base laboral.
La congruencia, en Oaxaca, tiene fecha de caducidad. Taurino ya nos enseñó la suya. Lo mismo se vistió de abanderada de principios que se disfrazó de representante LGBT para colarse al Congreso. La moralidad es su discurso de campaña. La contradicción, su práctica diaria.
UABJO: el delfín deudor que quiere rectoría

La UABJO, en lugar de encabezar titulares por investigación o innovación, aparece otra vez por escándalos. El rector Cristian Carreño impulsa a su contralor, Jhovany Cabrera, como sucesor. El problema: Cabrera no solo carga con señalamientos de tráfico de influencias. También arrastra la etiqueta de deudor alimentario.
Y no hablamos de rumores. Hay denuncias formales, expedientes activos y un proceso de ADN que ha esquivado con maña. Para completar el cuadro, la estudiante que lo acusó terminó castigada por la propia universidad. Porque en la UABJO, la víctima estorba; el funcionario se protege.
Lo irónico es que, mientras cientos de mujeres luchan años en tribunales para que se cumpla una pensión, aquí se impulsa a un deudor como aspirante a rector. Un rectorado que, dicho sea de paso, debería ser símbolo de ética, no refugio de irresponsables.
La Ley Sabina nació para casos como este. Y, si no se aplica, no solo fallará la justicia: fallará la universidad. Porque si Cabrera llega a rector, el mensaje será claro: la UABJO sigue siendo feudo de compadrazgos, no espacio de valores.
IEEPO vs Sección 22: salarios caídos, discursos inflados

Otra vez plantón en el Zócalo. Supervisores y jefes de sector exigen salarios caídos. Más de cien trabajadores sin cobrar. Y Emilio Montero, director del IEEPO, responde que “no hay razón para protestar”.
Si no hay razón, ¿por qué no pagan? Porque diálogo hay, mesas hay, declaraciones sobran. Lo único que no hay es dinero en el bolsillo de los maestros. Y con discursos no se paga la renta.
El gobierno presume números: 700 millones para plazas, 800 millones más para emergencias. Mucho Excel, poca realidad. El magisterio no exige cálculos financieros, exige salarios. Y sin salario, todo lo demás es teatro administrativo.
La paradoja es cruel: el gobierno habla de una nueva relación con la Sección 22. Pero mientras los pagos no lleguen, la desconfianza sigue intacta. Y el plantón se convierte en la traducción política de una simple verdad: no se les cree.
El reto es básico, casi elemental: cumplir la nómina. Lo demás —mesas, comunicados, ruedas de prensa— es relleno. Si el gobierno quiere diferenciarse de sus antecesores, tiene que empezar por lo obvio. En Oaxaca, no pagar a tiempo no es error: es receta para otro conflicto eterno.
Ahí nomás.







