Opinión

Miguel Ángel Romero Ramírez  
 Sheinbaum: emanciparse de AMLO o ser devorada por Washington  


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Miguel Ángel Romero Ramírez



La presidenta de México, Claudia Sheinbaum, parece no tener mucho margen de maniobra. Desde muy temprano en su mandato ha quedado atrapada entre dos fuerzas que podrían definir su destino político: la presión implacable de Washington para desmantelar las redes de la narcopolítica y la herencia envenenada de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) que le exige lealtad y protección a una estructura en la que conviven empresarios, políticos y operadores con vínculos con el crimen organizado. En este contexto, su emancipación no es una opción ideológica ni un gesto simbólico: es una cuestión de supervivencia.

La reciente entrega de 29 capos del narcotráfico, incluido Rafael Caro Quintero-señalado por el asesinato (1985) del agente de la DEA Kiki Camarena- es la primera señal clara de que Sheinbaum está definiéndose en dicha encrucijada. Busca dar la sensación de que prioriza de manera estratégica las necesidades del país ante las amenazas comerciales de un Donald Trump que pretende cumplir las expectativas de un electorado que votó por un líder fuerte.

Sin embargo, el alineamiento con Washington puede no ser suficiente, pues una vez establecido y adoptado este sistema de extorsión, la Casa Blanca será difícil de saciar. Siempre pedirán más.Trump ha dejado claro que su administración considera a los cárteles una amenaza directa a la seguridad nacional de Estados Unidos y ha deslizado la posibilidad de usar a sus fuerzas militares para combatirlos, incluso, en territorio mexicano. Pero el problema es más complejo. La Casa Blanca ha sido enfática: no solo exige la captura de capos, quiere el desmantelamiento de las redes de protección política y empresarial que han permitido el crecimiento del narcotráfico en la región. Esto significa tocar a gobernadores, legisladores, alcaldes y empresarios que han funcionado como engranajes del sistema corruptor.

En ese sentido, la presidenta de México parece dar señales de que priorizará la relación con Washington por encima de la crisis doméstica que desataría la cacería de personajes mexicanos. ¿Puede Sheinbaum tener un rendimiento derivado de esta coyuntura? es la pregunta que comienza a permear en los principales círculos. Y es que, mientras para algunas figuras encumbradas el nuevo esquema de «colaboración» entre ambas naciones los coloca en una franca desventaja por sus nexos con el crimen organizado, para otros implica la posibilidad de que la mandataria se emancipe de AMLO y borre del mapa a actores políticos y económicos que heredó y que, hasta el momento, sólo la han boicoteado.

La caja de Pandora que está por abrirse puede traer consigo consecuencias graves y una crisis política interna que dejaría a la presidenta sin aliados en un momento en el que aún no ha consolidado su propia estructura de poder. Pero es precisamente esa vulnerabilidad actual lo que podría configurarse como uno de sus principales incentivos para actuar como lo está haciendo. Hoy en día, la Presidenta no controla al partido que la llevó a Palacio Nacional: MORENA, en donde está incrustado el hijo del expresidente AMLO; organización política que en los últimos días ha respaldado al todavía gobernador de Sinaloa, Rubén Rocha Moya frente a los señalamientos de protección a una de las facciones del poderoso y multinacional Cártel de Sinaloa, tirando por la borda los esfuerzos de la presidenta para apaciguar a Washington.

Tampoco controla al Congreso, en donde sus propios coordinadores legislativos, Ricardo Monreal y Adán Augusto -señalados en Zacatecas y Tabasco, respectivamente, de mantener relaciones con personajes cuestionables- le regatean y administran los proyectos con los cuales busca dotar de personalidad a su administración. El ejemplo más reciente es la ley que buscaba impedir el nepotismo, misma que fue votada favorablemente pero que será efectiva hasta el 2030, salvando así la carrera política de muchos familiares que se alistan para heredar e instalarse en el poder en los siguientes años en las diferentes entidades del país.

Sheinbaum se encuentra en una situación inédita pues los últimos presidentes no enfrentaron una presión simultánea tan fuerte desde dos frentes opuestos. AMLO gobernó con un control absoluto del discurso, tolerado por los demócratas y con una relación pragmática con los cárteles; Peña Nieto apostó por la simulación y Calderón por la guerra abierta. Ella está definiéndose (o siendo orillada) por un esquema de «cooperación» con Washington que le deja un campo minado: si se mueve demasiado rápido contra el narco y sus representantes políticos y empresariales, puede detonar ingobernabilidad; si no se mueve lo suficientemente rápido, será vista como cómplice o débil.

La presidenta mexicana necesita entregarle a Trump suficientes victorias para evitar que su gobierno se convierta en un objetivo de la política exterior estadounidense. El envío de capos, por más espectacular, histórico y simbólico, es tan sólo el principio. ¿Tomará el riesgo la presidenta de usar la colaboración con Washington para construir su propio liderazgo y emanciparse de AMLO y su perniciosa herencia en lo que se refiere al narcotráfico? Está por verse.

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